25 noviembre 2005

Semáforos navideños

Dentro de las cosas inútiles que hay en esta ciudad de Tlaxco, son muchas, están los semáforos. Que al parecer son ilusiones en el panorama local, son como las luces de Nueva York o las de "La Ciudad de las Luces".

Me ha tocado venir tan noche de la 'ciudad rielera' (Apizaco), entrar por la hermosa pasarela que tenemos, pasar viendo los tres colores de cada uno de todos los semáforos y recorrer, con los ojos melancólicos y cansados, las historias de las que han sido testigos.

Empezando por aquél que se encuentra frente a la Notaría, que ya se ha hecho famoso por ser parada ilegal de autobuses y que con sorpresa se hace más irrelevante pues los autos no se detienen por la luz roja, sino por el autobús que se resiste a seguir el verde.
Luego está el colocado en la gasolinera. Otro que diagnostica la misma enfermedad del anterior pero que se comporta como un moribundo ciego, o como un policía comiendo en la esquina. A pesar de ser el más importante, está relleno de historias trágicas y descompuestas en la basura, claro, tiene recuerdos buenos. Es frente a él donde se lleva el trueque más importante de la ciudad; con sus anestesiados ojos observa, a penas, el tránsito de la gente que lo abraza o sólo lo roza o ni siquiera lo "pela". Los que no lo toman en cuenta son los carros, son sus enemigos de ese garrote amarillo que confluye en la frustración. Después se posiciona el considerado novio de los taxis, aquél por el que muchos autos de estos ilustrados de blanco y otro color ocioso y perezoso, se han sentido seguros. Y cómo no, si esas curvas en 'U' que dan enfrente de él lo seducen, lo emocionan, lo adormecen al grado de que su trabajo queda en segundo plano y ni para la posteridad.
Ah, pero éste, el que se interpone a la autoridad, el que ayuda a caminar a los carros y evitando pasar a los peatones, el que nunca avisa si es rojo o es verde o es amarillo, el que se toma whisky's con el presidente y baila con el tesorero, el que rezonga un poco y nadie abraza, el que es testigo de las complicidades de amor y la falta de putas, el que no se moja más que cuando llueve; él, que parece rosa marchita, que parece sereno y se distingue por nada; éste, que es un tendedero el dieciséis de septiembre y un bastón el veinte de noviembre, que es un árbol de navidad y un recuerdo de leche; él, como él sólo hay uno. Quién no ha visto cuando se pelea con los policías, cuando se le va un ojo por la nube que lo acecha, cuando se queda dormido, cuando uno de sus párpados lentamente deja de funcionar.
Todos ellos, gigantes de Wilde, secretos de Sontag o fenómenos de Dalí, han aprendido la mala educación de los carros de tamal, de los de hamburguesas, de los carros jalados por bueyes, de las mulas que jalan carretas y de las carretas que jalan burros. Esos son los semáforos míticos de Tlaxco, son los dioses del tránsito y de la vialidad, ya de por sí viejos, que han llegado demasiado seniles al pueblo.

J. Esteban, Tlaxco 2005

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