09 febrero 2006

Bitácora de un viaje etílicamente insumable

Todos los días uno se prepara para el viaje, a cualquier lugar se puede ir y para ello tenemos en casa una maleta o cualquier objeto que sirva; y a veces nos preparamos para nunca regresar. Pero hay quienes se resisten a viajar y no preparan nada, piensan que su estancia en el hogar será por siempre. Estos son los que ahora no nos interesan; los primeros, definitivamente, son los que llaman la atención a este escrito.
Las aventuras siempre son hermosas, exquisitas, bellas, hasta candentes, siempre y cuando uno las sepa degustar. Y más lo son cuando vas con los amigos, con la esperanza de que esa filia se haga más fuerte, con el sueño de intercambiar en el futuro más recuerdos, anécdotas de vida que nos provoquen vivir otra vez nuestra juventud. Aventuras que se hacen mayores si vas en una carreta jalada por seis caballos y con la sensación de rebeldía que siempre de joven hay. (Aclaro, no hablamos de la rebeldía de esa taranovela, no hablamos de la rebeldía idiota.) Aún es mejor la aventura, cuando al inicio del viaje no se sabe por qué camino surcar. ¡Vaya odisea!
El 27 de diciembre del 2005, cuatro días antes del calvario que significa el cambio de año, cuatro días antes de la espantosa culminación del quinto año de Fox e inicio de su último, cuatro días antes de que regresáramos al lugar de donde partimos, salió la caravana del Carro Gris sin rumbo fijo mas que simplemente perseguir la aventura y alcanzar la verdadera rebeldía. Obviamente nos adelantamos a "La Otra Campaña", a las campañas de los presidenciables, a los discursos demagógicos de un año difícil, a la espantosa idea de Martita de que sus hijos "hagan lo que quieran". Esperanzados de no alcanzar este discurso político nosotros bautizamos a nuestra ruta como "La Siguiente Hazaña".
Antes de salir de viaje, el dueño de la carreta gris, tuvo que reparar algunas imperfecciones y daños que tenía. Limpió los caballos, los alimentó bien para el largo viaje y cambió sus herraduras, además de que engrasó los ejes de su carreta, contrario a lo que Yupanqui predicaba.
La hora de salida de Tlaxco fue a las 17:20 horas, no estaba programada pero tratamos de que fuera contraria a una "eyección" exacta. La temperatura inicial dentro del carruaje fue chida, comenzamos con una humedad posesivamente seca; además de que la posición atmosférica estaba relajada; la latitud (aunque nunca dimos con lo que era), la supusimos en 75 grados, con una altitud, en la primaria nos dijeron, de aprox. 2,500 m.s.n.m., y un peso aprox. del carro de 1,833 Kg. Todo esto fue calculado con la irreverencia de la ciencia que se nos ha dado como ignorancia, pues aunque fuimos a la escuela, representamos el punto entre Sócrates y los alumnos de Chespirito.
Ya estando sobre el camino y después de haber planeado el inicio de la bitácora de viaje, hicimos la primera parada al haber avanzado cerca de 8 kilómetros, con la intención de repostar gasolina. Como nos dimos cuenta en ese momento, el tanque se llenó y las ruedas sintieron el cambio, causa de que se tuvieran que volver a calibrar. Este cambio en el peso del transporte, deprimió el ambiente y una de las portezuelas de la carroza no cerró bien, fue entonces que se abrió para dar paso a un intento de suicidio involuntario (suena paradójico, pero existen). Nada grave pasó, solo la frustración del viajero que después de allí no dejó las botellas de vino que en su maletín traía como único equipaje.
Luego, camino hacia un lugar localizado cerca de Tlaxco, exactamente a 24 Km. de distancia al sur, hubo un reencuentro planeado entre dos personas que se aman con el alma, sólo que una de estas, de sexo femenino, que encontramos en este lugar, no traía identificación y viajó en calidad de mojada e irreconocible, es decir, no estábamos seguros de su identidad.
La segunda estación de este evangelio, fue exactamente cuando nos paramos a traer provisiones para un viaje que sería largo. Se trató de insumos etílicos categóricos al organismo clasificación 'C', detalles de viaje como cigarros, botana, chicles y otros enseres provenientes del capitalismo. Para lo cual nos desprendimos de algo de nuestro tesoro monetario. Ya montados de nuevo en la cerreta, hicimos honores a la primera 'chela' a consumir, el himno reluciente y una plática sobre historia y política un poco limitada, pues en realidad no sabemos nada de lo que platicamos, invitaron a la continuación de nuestra felicidad. Ya más tarde, y sobre el camino, a causa de nuestro nivel de alcohol, las condiciones climáticas y nuestra nueva posición sobre el Ecuador, nos sentimos obligados a hacer una parada de emergencia para retirar de nuestro cuerpo unos cuantos litros de líquido que retiene por naturaleza. En este momento ya íbamos alegres, excepto el chofer de la carroza y los caballos que jalaban con fidelidad nuestro peso. (Cabe aclarar que los solípedos sólo eran blancos, ninguno se vestía de negro, por lo tanto íbamos transportados por el bien.)
Ya en este estado de confusión alterno a nuestra felicidad y llevados al edén por seis bellos rocinantes, nos acercábamos cada vez más a un lugar que se llama, cómo se llamaba, ¿Xalapa? Sí. Pues bien, al hacerlo, entramos por unos pilares parecidos a los de una antigua civilización pero que ahora les llaman casetas de peaje, antes, podríamos decirlo, se llamaban patrullas o tiendas en donde uno cambiaba de caballos. Sólo que ni cambiamos caballos, y sí tuvimos que pagar al pasar por allí; a cambio, recibimos un "Buen Viaje" reducido a lo mismo, pero no importa, cada vez estábamos más cerca del lugar desconocido. Y digo esto, porque el lugar desconocido, nos dijeron, sería un lugar embrujado, donde iríamos conducidos por el destino (las relucientes bestias), por lo tanto, no era necesario saber su nombre o posición en el mundo.
Arribamos a una ciudad muy cálida, demasiado grande y bella, ya era noche. Su nombre, al fijar nuestros ojos en un letrero que no tenía nada de bandera real o escudo de armas, indicaba Xalapa. Pensamos que era un albur, y que al poner los caballos la primera pata en ese suelo caliente y húmedo se iban a espantar, pero se reconoció su tranquilidad ante la belleza del lugar, que dio paso a nuestra algarabía por el momento tan proverbial. Esta alegría se hizo mayor al haber llegado a un lugar mágico, pues fue el primero con estas características que se asomó a nuestra vista. Esto provocó, ya con la graduación anímica lograda, un brindis y la culminación de una cerveza que supo a gloria.
Una tercera estación se acercó, y fue reposus obligatorius frequentus casetus per excecrarius con causas que descubren nuestra naturaleza humana y nos hacen descansar como animales. Este reposo fue a la orilla de la carretera y demuestra el valor sustancial que tiene este invento del hombre en una aventura: Caminante no hay camino/ Se hace camino al andar. Seguimos nuestra ruta, repleta de luces, sombras, misticismo.
Avanzamos un poco más y nos encontramos accidentalmente con una carretera casi abandonada, el tiempo la hacía lucir muerta, pero no, vimos pasar unos cuantos amigos en sus carrozas reales, otros en sus carrozas viejas como la nuestra, otros pasaban con esos carretas asiáticas jaladas por esclavos, otros sólo iban montados en sus caballos. Pero a la orilla del camino, un mantel de ramas, árboles, pastos, hierbas, nos rodeaban y platicaban una que otra experiencia.
De repente vimos unas luces, luces que se miraban a la vez en un espejo grande, luces que se hacían poderosas con el aura de la niebla, luces que brotaban de otra ciudad tal vez mayor que Xalapa. Observamos una avenida gigante, y en el centro de ésta, muchas palmas grandes, que pensamos eran seres mitológicos, pero eso solo le pasa al Quijote y al Sancho. Buscamos un nombre, una señal que nos avisara el lugar. Y ¡oh! descubrimiento, este lugar tan mágico e idílico es testigo de muchas aventuras, entre ellas la maldita aventura de Cristóbal Colón y Cortés; el atrevimiento de los franceses y la estancia de Juárez y la escapada de Díaz. Sólo que nosotros, sin ser ellos, nos acercamos directamente a consumir algo del capitalismo, para seguir agregando a nuestro nivel gradual, más humor. Después, hubo una sesión de fotos que garantizó el testimonio en imágenes de nuestra felicidad y hermandad con los antepasados. Veracruz, rinconcito del alma... Sí, así se llama.
Salimos de allí con la posibilidad de regresar algún día, más serenos y capaces de seducirla. Nos enfocamos a otros lugares, la magia nos llevaba a uno solo esa noche, oscuridad clemente. Y nos embarcó a un pequeño lugar llamado Alvarado. Preguntamos a un centinela de la ciudad en qué posada descansarían mejor nuestras cabalgaduras, y como mago nos avistó el río Papaloapan, totalmente desconocido para nuestros sentidos frágiles. Tan débiles eran que fuimos capaces de ver Lagartos, Cocodrilos, Pirañas, y brujas sin escoba, sólo nos faltó ver a Fox comiendo con Martita a la luz de la bella luna que nos guardaba la espalda. Aquí, una velada eterna y de sonrisas inconmensurables, descubrimos nuestro sentido del humor. A penas veíamos en la oscuridad, lo único que relucía era el agua, el ancho río y los fantasmas de esos bellos animales que en el calor de la noche serpenteaban en las profundas aguas. Amanecimos gradualmente consustanciados y llenos de vida, como si fuera el inicio de la primavera. Comenzamos a ver los peones del Rey Fidel Herrera, a los peones del reino, a los que trabajan para que ese mar de soledades funcione y nos atrevimos a preguntarles por la naturaleza de esas bestias que nos sorprendieron e hicieron reír. No quisieron responder a nuestras inquisiciones, su silencio, como en el castillo de Kafka, fue esencial para mantenernos fieles a la magia del lugar.
Nos desprendimos con dificultad de ese lugar, también con mucha hambre, pero nuestro camino debía continuar a pesar de la naturaleza corporal. Sacrificamos unas horas de alimentos por unas de viaje y nuevas aventuras. Pasamos por otra zona de patrullaje, que quiero evitar a partir de ahora, pues son irrelevantes, exceptuando a una en que una bella dama con ancas finas nos atendió, pero con decir eso basta. Sobre la vía, como si Dios nos iluminara (creo que sí), nació un color verde de entre el camino. Montañas y castillos verdes, largos campos pintados de blanco y vainilla acariciaban nuestro olfato y nos llevaban a otros cada vez más bellos. Miles de colores, peones del reino trabajando, damas con bellos muslos cruzaban las tierras con alimentos, pequeñas casas adornadas por una serie de flores de diferentes aromas, animales con cuernos pastaban y cercaban como guardianes la orilla del camino, a la vez que peinaban el color verde del suelo. De repente se llegaban a vislumbrar más hogares, como si fueran de príncipes pero de seguro eran de los rateros que explotan a esa pobre gente que suda cerca del horizonte para poder alcanzarlo. Qué bello y feo es esto, pero el hambre no podía esperar más, estacionamos nuestros corceles dentro de uno de esos hogares rodeado de alfombras verdes y luces con aromas y gigantes con sombrero, con la firme intención de alimentar nuestro estómago, pero qué desastre. La retroalimentación intestinal indigesta, con daños graves y sofocación en los intestinos, a parte de una obturación en el recto, salió cara. Como les dije, uno trabaja para vivir lo mejor posible, y otros cobran con su pereza nuestro esfuerzo.
Sí, así es, la vida será así por los siglos de los siglos. Seguimos nuestro camino después de esta visita, y llegamos a los palacetes más pintorescos de la zona, aunque no los más bellos. Caminamos un poco cerca de estos, los acariciamos para después llegar al lugar donde se bañaban los dioses, la famosa cascada de Eyipantli. Esto es de lo mucho que queda en la selva de los Tuxtlas, un maravilloso paisaje abrazado ya, por el negocio neoliberal.
Salimos acalorados de allí, con la imagen de una bella mujer pegada a los ojos, y que de seguro provocó los celos de las acompañantes que siguieron nuestra aventura. (Creo ellas vieron a uno que otro hombre.)
Llegamos al lugar preciso, al lugar que los dioses nos indicaron. Después de habernos enterado de su nombre, con cierto reposo de los caballos, nos establecimos a la orilla del lago que lo protege. El lago de Catemaco. Los bridones se quedaron al cuidado de unas bellas mujeres que leían la mano. Mientras, nosotros, navegamos en ese lago en busca de los brujos y brujas que nos hicieran reposar espiritualmente; lo único que vimos fueron garzas, camaradas macacos, olas que espantaban nuestros alterados nervios, paisajes y gente ilusa desperdiciando una rica bolsa de cacahuates que según era para los changos. Después del susto que representó para algunos de nosotros este viaje sobre el agua, fuimos a ver el estado de los jamelgos, quienes dormían con la mayor tranquilidad al cuidado de aquellas damas.
Comimos en el mercado de este lugar, no fue carne de chango porque nos avisaron que todos estaban en la política y ya era difícil agarrarlos, pero sí disfrutamos de un sabroso filete de pescado, caldo de camarón, tostadas, etc., que desprendieron de nuestra mente el hambre. Ya con fuerza, nos dedicamos a buscar un hostal, pero sólo encontramos un hotel barato. Ya allí, descansamos lo suficiente para seguir la aventura. Con cerca de tres horas de dormir, nos alzamos de nueva cuenta ya de noche, una vuelta al parque sirvió para fijar nuestros ojos en un antro donde todo lo malo sale. Nos introducimos en éste por medio de su puerta mágica y sentimos un deseo de beber con tranquilidad. Ya adentro comenzó lo que los habitantes del lugar llaman estar en Catemaco y que nosotros, como científicos y letrados (conocedores de la lengua), llamamos CATEMATIZAR. Es decir, nos fuimos a catematizar. Salimos con algunos problemas, pues el suelo, que se movía con insistencia, no dejaba caminar tranquilamente a nuestros pies. Caminando en el parque, con la amabilidad que caracteriza a este grupo de aventureros, saludamos a un grupo de nativos adolescentes, los cuales se presentaron como los "chocomilk". Nosotros hicimos lo nuestro y la filia que se hizo entre estos dos grupos fue amagada por su receta mágica, que tiene el mismo nombre de su asociación. Maravilloso. Convivimos con ellos y su pócima, en el hotel; a ratos se aparecía Barrabas, pero no le tomábamos en cuenta, nosotros seguíamos felices de ver a tan agradables señoritas mostrarnos sus sonrisas y a tan nobles caballeros, cuidarlas y a la vez intercambiar ideas y experiencias. Digamos que fue un congreso entre Tlaxco y Catemaco, que resultó en intercambio de recuerdos, abrazos y pláticas que mostraban el conocimiento que cada quien tiene de su ser. El cuarto de hotel quedó hecho un muladar, pues los cuadrúpedos se tuvieron que hospedar cerca de nosotros, si los dejábamos lejos podían ser envenenados por el mal; a parte de que la fiesta ensalzó una felicidad y dejó un olor embriagador.
Desocupamos el hotel para irnos a desayunar al mercado, en un local donde cocinan rico, comimos lo mismo, no había mucho qué pedir. Luego, para que nos hiciera digestión tranquilamente, caminamos por la orilla del lago. Los corceles se quedaron otra vez al cuidado de las llamadas gitanas, por cierto, una de ellas, pintaba bonitos ojos y una mirada profunda. Ya cansados y catematizados, agradecimos a las diplomáticas gitanas que se encargaron de darnos la bienvenida y cuidar de nuestro equipaje, prometieron leernos la mano algún día, pero ante la amenaza de uno de nosotros que les quería leer el pie prefirieron no tocar el tema.
De acuerdo a las tradiciones de esta zona tropical, el que va tiene que comprarse un puro, lo hicimos, pasamos a la fábrica e intercambiamos unos cuantos por monedas. Seguimos nuestro camino de regreso. Los caballos iban a todo galope, sin cansarse, sin detenerse, a pesar del calor que hostigaba nuestras axilas. De tan rápido que surcaban el camino nuestros motores de impulso, rebasamos a un trailer, nuestro estado en ese momento era de indefensión, no teníamos con qué quitarnos la sed. Después de esta hazaña, dimos vuelta a la derecha contrario a la izquierda, con dirección a un lugar eterno, Tlacotalpan.
Fue nuestro regreso al Papaloapan, y con quien comimos juntos. Mujeres y más mujeres fue lo que caracterizó nuestras vistas, había uno que otro buey, pero esos eran opacados por la delicia de unas morenas fuertes. La aparición de unos bombones derretidos presagió un tope en 'la' mayor que al ritmo del blues se hizo redentor de nuestros sueños. Ya casi dentro de este Patrimonio de la humanidad, se nos aparece un perro con algo en el hocico y que definitivamente anunció la belleza de las mujeres y del lugar. Caminamos por allí, silenciosos, escuchamos la tranquilidad y olfateamos la amistad que sólo en un lugar como este se puede encontrar. Sí, así tenía que ser la Honorable clausura a este lugar tan hermoso y pintado de diferentes colores y cantado en cada jarana revolucionaria.
Después, de todo lo bueno que nos había pasado, hubo de pasar algo malo, no tanto en realidad. Ya llegando al confuso Alvarado, después de la caseta de peaje famosa, hizo un extraño ruido uno de los caballos. Se había roto una de las correas con que jalan los jamelgos el auto, fue un momento de nerviosismo, ya que no se espera uno, a medio camino, un percance, que aunque menor, provoca un susto. Los comentarios fueron positivos, pues la cercanía a un lugar habitado nos tranquilizó y ayudó a solucionar de inmediato el problema.
Este accidente mecánico no fue lo único malo que nos pasaría esa noche, que presagiaba más, y así fue. Camino al puerto, el mítico puerto, nos encontramos a una patrulla del reino, como nos habíamos dado cuenta, su escudo de armas los presentaba, ya que la presentación de los guardianes daba lástima; además de su educación. Como es natural, pasamos un coraje ante el acoso de estos señores, pues nos cuestionaban como si fuéramos delincuentes, y claro que no les íbamos a decir nuestra misión, ni mucho menos que tenemos amistad con el Robin Hood de Tlaxco, Silvester; pues en lugar de soltarnos nos remitirían al castillo.
De nueva cuenta, llegamos a Veracruz, cansados y acalorados, sensibles y molestos por ese trato. Y pasamos a comprar, de nueva cuenta, provisiones, y un jarocho, encargado de la oficina real de la cebada, nos indicó pésimamente nuestro siguiente objetivo: una playa donde reposar en los hombros del mar. Salimos de Veracruz siguiendo las instrucciones de este caballero, encontramos sirenas, brujas, dimos de beber a los caballos, de los nervios terminamos con nuestras bebidas, compramos más en un quiosco, saludamos a unas visitantes del reino, y por fin encontramos el lugar preciso, pues encontramos en su nombre algo raro pero atrevido: Chachalacas. Música, baile, viento, calor, viajes redentores, súplicas a los dioses, cantos de sirenas, pláticas con los seres míticos de la playa, oraciones a Baco y Dionisio, risas nuestras, navegaciones oníricas, fogatas sin prender, arena y más arena. Eso es Chachalacas, lugar al que fue un Juan Soriano soñador de rostros, soñador de sueños. (Es necesario decir, antes de continuar con esta crónica de guerra, que instalamos nuestras casas de campaña, con nuestro escudo de armas al frente, en estado de alegría, con un ser transformado en dios del fuego y otro en dios del sueño, otro en dios de la alegría, y las diosas protectoras, guardando nuestra tranquilidad.)
Fue una velada larga, en la que la noche nos llevó a la superficie marina, meciéndonos en cada ola, recordando nuestra infancia, cuando la cuna nos agradaba. Estar cerca del mar, escuchar en la noche sus voces, además de ser despertado por ellas, dejó una impresión fuerte en los aventureros, al grado de seguir la fiesta al despertar esa mañana.
A pesar de que nos enfrentamos al cansancio de nuestros caballos, salieron avantes para dirigirnos a desayunar. Terminamos este acto degustativo, saboreamos el paladar hasta el hartazgo, para después tomarnos unas latas de vino de cebada y seguir comiendo en adelante. Vida de pobres que nos dimos.
(En este espacio, se informa de un acto de suicidio colectivo frustrado por una persona que nos avisó la imposibilidad de realizar en esa zona tal acto. Este caballero nos interrumpió cuando íbamos en los quince minutos necesarios para iniciar la muerte, pero no lo logramos a causa de que nos faltó el último paso, que es un secreto en nuestra asociación. Es de este hecho, que surge el "Convenio de Chachalacas", indicando quince minutos de encierro en la carroza, con un hermetismo necesario de cero entrada de aire; todo esto es obligatorio antes de meterse al mar.)
Es necesario, también, decir que en esta playa venden unos seres parecidos a las sirenas, muy ricos, se venden muchos en una bolsa que describen es de kilo, pues gracias a ellos hubo una intoxicación que se describe en los libros de medicina como camaronera, la cual, con una jarra de agua de limón que florecen allí, en un objeto llamado árbol, fue curada. Reparamos esta herida en nuestro estómago, para pronto seguir comiendo una especie peligrosa llamada Anchoa que definitivamente estaba angostoa, pero, eso sí, muy rica.
Deshabitamos este lugar, con la intención de ir a un lugar, que en las visiones de los camarones se nos mostró llamado La Antigua. Conocimos el árbol donde Cortés detenía sus naves gigantes, el puente donde corrió el dios del fuego y unas hermosas nativas que sobreviven comiendo flores antiguas. A su vez, conocimos las ruinas de la casa de ese conquistador mediocre, casa que ya tiene siglos y muestra la forma en que el tiempo se la ha comido y vengado su infortunio.
Directo a un regreso que pintaba para eterno pero que fue demasiado rápido; regreso donde hubo confusiones y confesiones, recuerdos y locuras, ronquidos y chiflidos, risas y llanto; regreso al que unos no sabían por qué ni a dónde sería. Melancólico regreso, triste. La BBC, Radio Francia, Radio UNAM, Radio UAT, La RAI, TVE, Al Jazeera, trasmitieron esta despedida angustiante, de laberintos anecdóticos, de cansancio y deseos de regresar otra vez.
"Hemos llegado, sanos y salvos, todo bien," dice la Bitácora, y sigue, "¡ah! ¡Qué sueño!"
Por Carro Gris

1 comentario:

Anónimo dijo...

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