Encabezados por esta belleza, a la que pertenecen ojos y boca siempre sonrientes, a la que no le tiembla el talón y nunca se le doblan los brazos cuando hay que estirarlos, a la que salta como flecha y cae como pluma: lento y a penas flotando, vinieron los de la escuela de Bellas Artes de Queretaro en la disciplina de ballet clásico. Nada más y nada menos, su director fue alumno de Olga Kirova, gran bailarina.
El público, como siempre, feliz, algo nuevo, algo hermoso. Una dama quedó sorprendida y gratificada, aplaudían, aplaudían. Y las sonrisas de estos alumnos nunca se borraron , fueron felices. Por allá lejos unos chiflidos, allá, por donde nadie podía ver al machito piropeador. Y los matachines también se divertían, pero por su lado. Eso nunca interrumpió la labor de estos estudiantes, encabezados por esa gran bailarina de la que no recordamos su nombre y que sin embargo nunca se nos olvidará la sonrisa.
Por Carro Gris
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