21 septiembre 2006

Cómo lloras. Allá en el pueblo pasa bonito el llanto. Las corrientes de viento semejan caricias de consuelo. Los granos de polvo son culpables, se meten en los ojos y hacen sufrir, son piedritas. Lo bueno es que ahora hay menos polvo, pero más basura, de todos los colores: amarilla, roja, verde, café, etc. Pero los ojos no dejan su lagrimar y sólo se fijan en el cielo y de paso ven la torre de la iglesia. Dicen que se quieren perder en los laberintos, pero no hay tal forma, es un espanto, como el del brazo de mar de la Peña del Rosario, o como el mito de Melqui, o las noches del calvario, o los gemidos de la viuda que mata. Los ojos lloran y ahi se quedan, detenidos en un tiempo que se ausenta de su vista; muy corto, tan corto y lejano. Siempre será así, porque amanece triste el día.

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