Suena a un abrigo secándose junto a la barranca, suena a delectación carnívora o a espantapájaros sutiles. Aunque camines hacia arriba, y el polvo te ensucie los zapatos, o la falta de una vista bella, o el pasto reseco cruja con tus pasos, no cambiará nada. Pero existe en Tlaxco. Como milagro del señor.
En su rincón honeroso, sobre el césped de la barranca secreta, cerca del antiguo horno donde hacen sus recuerdos daño.
Sobres las mesas se sientan las historias de tristeza, de soledad y etílicas cuentan palpando pieles ajenas la matanza de los sueños.
Allí hay las que desean romper con la oligarquía del macho, serenar a los políticos en búsqueda de algo diferente, corromper a los ebrios que hablan y hablan de amores como si eso fuera lo único.
Existe también el olor que recién entra uno es el del canto triste tapado con risas, cubierto con labios graduados pa'rriba como afilando dientes. Todo existe allí, menos la posibilidad de salir como entraste.
Rinconcito que así es, dicen los callejones perdidos de Tlaxco, donde la puerta se encuentra topando distancias y generando pesadillas en la oscura noche. Puerta única, que se abre y se cierra cuando nunca eres.
Por Carro Gris
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