08 enero 2007

Rodolfo Rodríguez "El Pana"

Su estilo; aparece arrastrando las puntas de los pies en cada paso, caminando con el acomodo de la arena, con la serpentina de sus paisanos, con el aplauso de quienes supieron de él. Los brazos abiertos, dispuestos a volar su cuerpo. El puro que lo inspira y despide el humo de la "Maquinita". El rostro viejo, apurado ya, con los pequeños ojos que ayer vieron de nuevo la magia en la México. Agradece todo, todo, hasta el tiempo perdido.

De pronto, cuando empezaba la corrida, un apagón en todo el pueblo. Más de media hora con la existencia tapada por culpa del Pana. En todo el pueblo se fue la luz, el viento estaba muy fuerte, todo lo mareaba. Hasta que por fin regresó el invento de la noche, exactamente cuando el segundo del maestro Rodolfo.

"Conquistador", ¡Ole! Torazo. Las verónicas y las lucías, los remolinetes y los mareados: ¡Arriba Apizaco! ¡No te vayas! La magia de la fiesta en las manos del Pana, del brujo de Apizaco, del genio incomprendido, del panadero soñador, del panteonero eterno, del bohemio de las calles, del solo de Tlaxcala, del último romántico. La Calafia que lo hace entrar en la catarsis del que siempre sintió cada movimiento del capote, de su cuerpo con el toro; tiembla de coraje, de alegría, de placer y de pasión. "A todas las putas que me cobijaron en su pecho y en sus muslos cuando más lo necesitaba" dedicó su faena. Y allí, eterno entre la bohemia, entre los placeres de la vida, la magia se desprendía del ruedo para llegar a las gradas. Todos gritaban, saltaban, lloraban, se apropiaban de cada segundo del Pana.

Dentro de su pelo, entrecano. De entre su cuerpo aún esbelto. De entre su ser torero, de ese galante y esbelto soñador que se apasiona, de entre todo eso, la plaza se cimbró a pesar de no estar llena. Tembló por culpa de un ser que nunca fue bien conocido, como muchos otros en México. El problema no es nacer en Apizaco, sino haber nacido entre tanta ignorancia para todo.

En las últimas temporadas, ningún torero había levantado tanta pasión, tanto arte, tanta magia y placer no sólo por torear, sino por verse torear como lo ha hecho este domingo siete de enero el Pana. Todas las lágrimas se regaron en las cinco vueltas que dió, toda su energía adornó la temporada de buen toreo.

A partir de ayer, hasta los más oportunistas, aquellos que se adornan con los triunfos ajenos, armarán un trono para homenajearlo. Lo adularán y lo verán como el que ya no estará, como el irrepetible. Pero nunca lo verán como el de ayer, el que asimiló los toros toreando por el gusto de hacerlo, por el placer de amar sin ser amado.

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