Respuesta a la resistencia occidental que llevamos en la conciencia
(y a la sensación de que antes hubo algo más)
Es triste saber la historia de la conquista de Tenochtitlan. Los vencidos, apabullados por el río de bestias con caballos, demostraron su valor y su amor por la tierra hasta el último momento. Fueron muertos hasta convertirse en sangre y su mundo desapareció cuando Huitzilpochtli cayó a causa de manos ambiciosas.
Esos ríos rojos en que se convirtieron las plazas y avenidas; las manos, brazos, cuerpos de niños, mujeres, hombres, ancianos, en que se tapizó cada construcción, humillaron este suelo que pisamos. Los gritos y llantos de temor, las palabras que animaban algo que se sabía perdido. Allí se acabó un mundo.
Junto a ese mundo llamado Tenochtitlan, también hubo uno llamado Tlaxcala, que a pesar de tener sus privilegios y libertades, fue borrado lentamente del mapa y se tuvo que unir a una cultura y creencias diferentes. Tlaxcala desapareció, dejó de ser la Tlaxcala guerrera y se convirtió en la Nueva España, la Tlaxcala del sincretismo.
La antigua ciudad prehispánica trabaja para los nuevos habitantes, los amos que han rebatado toda riqueza cultural y material invaden con sangre y enfermedades, con guerra y desprecios, los demás territorios hasta apropiarse de casi toda América. Tlaxco también es invadido por esta nueva cultura, sus habitantes, pocos, son eliminados o concentrados en Tlaxcala, en donde serán trabajadores del nuevo amo.
Lo que fue ya no es, se ha esfumado toda noción de un mundo. Sólo quedan los recuerdos felices del apogeo de una cultura vasta, rica en todos los sentidos. También permanecen las evocaciones tristes, las que se tiñen todas de rojo y muerte, las que nuestra conciencia no elimina dejando el trauma de lo que somos ahora: La constante búsqueda de nosotros mismos.
Es allí donde reside la dificultad por identificar nuestro propio ser. ¿Qué somos? ¿Aquellos después de la conquista? ¿Mezcla de “tabaco y chanel”? ¿O somos toda la historia, antes y después de ese encuentro trágico?
¿Tlaxco, qué es Tlaxco? ¿La Perla de la Sierra? ¿El queso de tenate? ¿El desfile del doce de diciembre? ¿La feria de San Agustín? ¿Las procesiones? ¿Eso es Tlaxco?
Tlaxco está siendo, no hay una identidad universal. Nadie se ve en el espejo de una tradición ganadera casi perdida. Los magueyes ya no se cultivan igual y del pulque muchos reniegan. Las calles son bonitas, pero en Tlaxco hay pocos que las valoran, además, no voy a llegar diciendo: “Mis calles son bonitas”, para que me respondan: “Sí, las de Puebla también, las de Zacatlán también, las de Tlaxcala también, etc.” Tlaxco no es una calle, es más que eso, pero se necesita que la gente se identifique con su propio ser para que sea. Se necesita la expresión propia (cultura), que muestre ante los demás lo que somos.
Por Jorge Esteban López García
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