07 abril 2008

Una muchacha domesticó un novillo de sangre brava en una hacienda tlaxcalteca

Por Lumbrera Chico
La Jornada
Al revisar la historia de las ganaderías bravas de México se encuentran, a veces, anécdotas increíbles, como la de Sancho, un hermoso ejemplar del hierro de Atlanga, en Tlaxcala, que dio origen a la película El niño y el toro, protagonizada en 1956 por Elsa Cárdenas. Todo comenzó en 1890, en la hacienda de San José de Atlangatepec, donde David Rodríguez, un rico porfiriano apodado El Cuiktle, cruzó un semental español del encaste de Eduardo Miura, con un hato de vacas criollas de Atlaxac.
Años más tarde, El Cuiktle agregó sementales de San Mateo y Zacatepec y se labró un prestigio entre los taurinos de la época. Era tanta la afición en aquellos tiempos que en el tramo final de su larga dictadura, Porfirio Díaz expidió tres reglamentos para normar el desarrollo de las corridas de toros en la ciudad de México.
En el último de ellos introdujo una medida tan moderna como la de usar el reloj para medir la duración de la faena de muleta, dándole a ésta un tiempo máximo de 12 minutos. La primera vez que los toros de Atlanga protagonizaron un festejo en la antigua Plaza Grande de la capital del país fue el 28 de enero de 1906. Ese día actuaron, en mano a mano, los diestros Antonio Fuentes y Antonio Montes, que rivalizaban como los Toños.
Después de la Revolución, los herederos del Cuiktle reconstruyeron su vacada con machos de Zotoluca, San Mateo, Piedras Negras, así como de Zacatepec.
Pero de todas los acontecimientos que la memoria conserva unidos al nombre de Atlanga ninguno es tan extraño como el caso del torito Sancho. A finales de los años 40, éste apareció en un potrero de la dehesa bramando, recién nacido, junto al cadáver de su madre, que acababa de morir al echarlo al mundo. El ganadero lo supo y ordenó que lo mataran porque en esas condiciones, afirmó, no iba a subsistir.
Sin embargo, la mayor de sus hijas, de nombre Josefina, se opuso al sacrificio y se dedicó a alimentarlo con biberones hasta que Sancho, como ella misma le puso, regresó al campo caminando por sí mismo. Lo más notable es que de tal modo nació una relación entre la muchacha y la supuesta fiera.
Josefina lo visitaba en el potrero y Sancho la seguía a todas partes, incluso la acompañaba a la casa de la hacienda, subía las escaleras, entraba al comedor y asustaba a las visitas, y por más que lo devolvían al llano se las arreglaba para volver a visitar a la muchacha. Un día el padre de ésta se hartó y lo vendió para que participara en una corrida en Orizaba, Veracruz.
La noticia no pasó desapercibida y al festejo acudió la prensa capitalina encabezada por Pepe Alameda y Paco Malgesto. Sancho fue el cuarto de la tarde y le correspondió al matador El Vizcaíno. Fue bravo al pelear con el caballo y noble al embestirle al capote. Cuando llegó el tercio final, Josefina lo llamó desde un burladero para despedirse y el toro se dejó acariciar por última vez.
Sensibilizada por la fama de la historia en los periódicos, la gente sacó los pañuelos y obligó al juez a indultarlo. Sancho volvió a Atlanga pero el ganadero no lo quería como semental. No obstante, el toro empezó a padrear con las vacas dando motivo a que el padre de Josefina hiciera al fin lo que siempre había deseado: liquidarlo. El caso de celos patológicos de aquel hombre lleno de odio hacia la res no fue recogido por la película de Irving Rapper que, años más tarde, contó la historia colocando a un niño en lugar de la bondadosa Josefina. Un tema virgen para los cineastas de nuestros días.

No hay comentarios.:

Entradas populares

Directorio