Javier Sicilia
Querido Felipe:
Te digo querido porque, pese a tus
traiciones y desprecios por las víctimas y la nación que has gobernado,
sigo creyendo que un ser humano es más que sus errores y sus equívocos y
merece respeto y merece amor. Te hablo también de tú porque, como
alguna vez, antes de la marcha del Movimiento por la Paz con Justicia y
Dignidad (MPJD) de Cuernavaca a la Plaza de la Constitución lo hicimos,
lo hicimos, quiero hablarle de nuevo al hombre y no a la máscara del
poder que en su falsedad –toda desproporción es una falsedad– lo
distorsiona, y hablarle, como lo hice aquella vez, a su corazón desde la
verdad. “La verdad –querido Felipe, decía esa gran novelista católico
que fue Georges Bernanos—duele, sólo después consuela”.
Estas a punto de concluir tu mandato
presidencial. Dejas tras de ti una nación llena de osarios, de dolor, de
víctimas y de miseria, y la pérdida de confianza que alguna vez el país
tuvo en ustedes. No has querido reconocerlo. La soberbia, que es hija
del poder y fuente de todos los pecados, te cegó. Tu guerra, Felipe,
aunque lo niegues, es hija de una bovina subordinación de la agenda de
seguridad de nuestro país a la agenda de seguridad de los Estados Unidos
que en buena parte está fincada en una estupidez decretada hace 40 años
por Nixon: “La guerra contra las drogas”. Las drogas, la historia lo
demuestra con la prohibición y la legalización del alcohol en EU, es un
asunto de salud pública, de libertades y de controles del mercado y del
Estado, jamás un asunto de seguridad nacional. Por eso Obama –que aunque
sabe de la estupidez de esta guerra que está poniendo en crisis la
democracia internacional, no ha hecho nada por detenerla– te llamó con
fina ironía “Eliot Ness”. Ness, que al igual que tú, quiso, desde un
puritanismo policiaco, erradicar a sangre y fuego a las mafias de
Chicago, se hundió en la oscuridad y el fracaso cuando Rooesvelt, en un
acto de profundo republicanismo, legalizó el alcohol para desarticular
realmente a las mafias y reducir la criminalidad y la corrupción que
habían aumentado exponencialmente en los Estados Unidos con la Ley Seca.
No has querido reconocer tampoco, como
quizá Ness nunca lo entendió –al fin y al cabo no era un político sino
un policía– que tu estrategia de golpear a las cabezas de los carteles
lo único que ha traído es el aumento de la verdadera criminalidad –la
trata de personas, las desapariciones, el secuestro y la extorsión—, la
atomización de los carteles en infinidad de células delictivas y una
mayor corrupción de los gobiernos, de los partidos y de los estados. El
98 o 95% de impunidad hablan de instituciones corrompidas a grados
criminales que nos han llevado a las consecuencias de estas elecciones
ignominiosas que en su fragmentación abonan a la emergencia nacional en
la que tu guerra nos metió.
Reconociste, sin embargo, en los diálogos
que sostuvimos en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, lo que esa
visión puritana y corta, obstinada en la violencia como método, no te
había dejado reconocer: la existencia de las víctimas que tú habías
reducido a un “se están matando entre ellos”, a “algo habrán hecho”, a
“bajas colaterales” que se reducían al 1%. Un lenguaje que, con el
estropajo del eufemismo, es el mismo que usaron los nazis para
justificar el crimen y hacérselo justificar a una nación: “son piojos,
son liendres, son ratas, son cerdos”, un discurso que proviniendo del
Estado, que está para resguardar la seguridad de los ciudadanos y
perseguir el crimen, es profundamente violatorio de los derechos humanos
y absolutamente criminal. Te vi entonces abrazar conmovido a doña María
Herrera, con 4 hijo desaparecidos que el Estado vergonzosamente no ha
podido todavía encontrar—y acordar con el Movimiento por la Paz con
Justicia y Dignidad (MPJD) tres cosas: la creación de una Procuraduría
de Atención a las Víctimas, el compromiso de hacer un memorial en el
bosque de Chapultepec y una Ley general de Víctimas de la violencia y
del abuso del poder. Un poco de alivio para la irreparabilidad de la
muerte.
Por desgracia, Felipe, la forma en la que
el Ejecutivo ha asumido esos compromisos, lo único que ha hecho es
ofendernos y reiterarnos el desprecio que tienes por las víctimas y por
la patria. En el segundo diálogo que sostuvimos en el Alcázar del
Castillo de Chapultepec, recuerdo que te dije que en ti había “la
tentación del autoritarismo”. Me dijiste, ofendido y omitiendo la
palabra “tentación”, que tú no lo eras, de lo contrario no estarías allí
dialogando de cara a la nación con nosotros. Sin embrago, la manera en
que dices haber honrado los acuerdos que establecimos, es un signo, en
su unilateralidad y su rebajamiento, de que caíste en esa tentación y de
que tus acuerdos sólo fueron simulaciones mediáticas. Creaste la
Procuraduría de Atención a Víctimas (Províctima) sin consultarnos, sin
acordar con nosotros y nuestros expertos sus formas, sus dimensiones y
su operatividad, y la convertiste en una caricatura, en un engendro
maquillado de honradez.
Aunque está formada por gente honesta, a
la que respetamos, Províctima carece del dinero, del personal y de la
dimensión adecuada para atender la enorme cantidad de víctimas que,
humilladas por el crimen y criminalizadas y despreciadas por el Estado,
no sólo no han encontrado un gramo de justicia, sino que incluso, muchas
de ellas, han perdido su escaso patrimonio, haciendo, en la búsqueda de
sus hijos desaparecidos, las labores de investigación que las
procuradurías no hacen. Te recuerdo, incluso, a Nepomuceno Moreno, un
padre que caminó a nuestro lado kilómetros y kilómetros no sólo buscando
a su hijo y la justicia que se le debía, sin a los hijos y la justicia
que se les debe a miles de otros que, como él, han perdido todo. Ese
hombre, que te expuso en el Alcázar su situación, que te pidió que lo
protegieras porque estaba amenazado, ahora está muerto y Províctima ha
sido incapaz de encontrar justicia para él y para su hijo. Esa es la
situación de la mayoría de las víctimas de tu guerra, querido Felipe, y
esa es la incapacidad de una cosa tan miserable en su realización como
Províctima.
Después, te recuerdo, nos sentamos con el
Ejecutivo para avanzar en los compromisos del Memorial. Nosotros ya
teníamos el acuerdo del Gobierno del DF y del Consejo Ciudadano del
Bosque de Chapultepec para que se realizara en el mismo bosque como
habían sido los compromisos. Teníamos también el apoyo del equipo de
Arquina para lanzar las bases para los proyectos y comenzar el proceso
de rescate de una memoria que tu gobierno se ha obstinado en borrar. Sin
entender nada de lo que un memorial significa en los procesos de
reconciliación y de paz, tu equipo, apoyado por unas cuantas víctimas a
modo –siempre te han gustado las víctimas a modo—y no por las miles de
víctimas anónimas, criminalizadas y humilladas por el Estado, que
representa el MPJD y el equipo del padre Alejandro Solalinde, impusieron
hacer no un memorial, sino un monumento y, colmo del absurdo, al lado
del Campo Militar. No tuvimos más remedio que levantarnos de la mesa. No
se dialoga con imposiciones y con una profunda incomprensión de lo que
un memorial significa como proceso de paz, de memoria y de
reconciliación. Es negar la guerra, negar el dolor, negar la memoria de
los muertos y de la verdad de un país desgarrado y necesitado de
justicia, de paz, de dignidad. Ese monumento, Felipe, será, en su burla y
en su desprecio por las víctimas, tan ignominioso como tu Estela de
Luz. Nosotros, sin embargo, lo haremos con los ciudadanos de este país.
Ahora, para cerrar con broche de oro,
vetó la Ley General de Víctimas, no sólo contra la palabra dada (usted
mandó a hacer esa ley al Inacipe, y esa ley, enriquecida por la que hizo
la UNAM a petición de los legisladores después del diálogo que
sostuvimos con ellos, también en el Alcázar, es la que aprobaron las
cámaras), sino que, contraviniendo los tiempos mandatados por la
Constitución (tengo aquí, frente a mis ojos, el oficio que el 29 de
junio, día en que expiraba el plazo para publicar la Ley de Víctimas, el
presidente de la Cámara del Senado, José González Morfín, un panista,
envió al secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, para “que se
publique en el Diario Oficial de la Federación el decreto por el que se
expide la Ley General de Víctimas, aprobada por el Congreso de la Unión
el 30 de abril del año en curso), jugando electoralmente con las
víctimas, envió sus observaciones, una forma elegante de vetar la ley,
el 1 de julio, pocos minutos después de que Josefina Vázquez Mota
reconocía su derrota electoral. Ese gesto, Sr. Presidente, además de
contravenir un mandato constitucional, es un desprecio más hacia las
víctimas, un desprecio a los juristas del Inacipe, a los de la UNAM, a
los de muchas organizaciones civiles que participaron en su elaboración y
a las cámaras que la aprobaron por unanimidad.
Ciertamente, como Presidente de la
República, le compete el derecho de hacer las observaciones que
considere necesarias a esa y a cualquier ley –toda ley es siempre
perfectible–, y aunque muchas de ellas no merecen ninguna atención,
sobre todo la que tiene que ver con el dinero (cuando usted ha invertido
millones de dólares para hacer una guerra, cuando su gobierno destinó
mil 500 millones de pesos para esa oprobiosa obra que agudamente Juan
Villoro llamó “Esquela de Luz”, cuando se invirtieron 25 mil millones de
pesos en las elecciones de la ignominia que acabamos de tener y se han
decomisado millones de dólares al crimen organizado, decir que no hay
suficiente dinero para las víctimas es de una desvergüenza intolerable),
estamos dispuestos a revisarlas con el Ejecutivo, pero en el momento en
que la Secretaría de Gobernación la publique, como lo manda la
Constitución. Sentarnos de otra manera con el Ejecutivo sería no sólo
convalidar la traición a una palabra dada a las víctimas, sino violentar
lo poco que aún queda de decencia en las instituciones. Nosotros, Sr.
Presidente, quienes seguimos sosteniendo que el diálogo es uno de los
rostros más altos de la democracia y, por lo mismo, tenemos una alta
idea de lo que hablar significa, no nos sentaremos a ninguna mesa en
donde a la palabra se le ha prostituido y en donde a la Ley General de
Víctimas, que es una ley de víctimas de la violencia y de la violación
de los derechos humanos, se le quiere rebajar a una ley de víctimas del
delito, palabra esta última que el secretario de Gobernación ha usado
constantemente para referirse a la ley en sus declaraciones.
En el último diálogo que sostuvimos con
usted en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, Emilio Álvarez Icaza le
dijo que aún no terminaba su mandato, que le quedaba todavía tiempo
suficiente para tomar el camino de las víctimas, y no lo hizo o lo ha
hecho muy mal, como ha hecho esta guerra. Pero yo le digo que, aunque el
tiempo de su presidencia se acorta, aún puede, si escucha el corazón de
Felipe y desde allí pone un coto a la soberbia del poder, enmendar lo
que tan mal ha hecho, es decir, publicar esa ley y dejar la Presidencia
con un gramo de honorabilidad.
Nosotros, Sr. Presidente, el 12 de agosto
saldremos, con los escasos recursos con los que contamos, en una larga
caravana a EU a decir a sus ciudadanos y a su gobierno lo que ni usted
ni ninguno de los candidatos ni de los partidos se ha atrevido a
decirles: que esta guerra absurda y perdida es también responsabilidad
suya y que debemos detenerla porque está destruyendo a nuestra nación y
está poniendo en peligro la democracia en el mundo. Pero, usted, Sr.
Presidente, con su actitud y su desprecio a las víctimas, no nos está
ayudando a ello. ¿Tendremos también que hablarle fuerte desde allá?
Yo, desde el asesinato de mi hijo, dejé
de escribir poesía –las palabras y la vida que ustedes y los criminales
han degradado ya no me alcanzan para esa sacralidad–, pero
constantemente leo a los poetas. Hace poco releí el poema Helena, de
Giórgos Seféris –léalo, Sr. Presidente, y lea a los poetas: son grandes
reveladores del sentido y de la dignidad de la palabra–. El poema relata
el extravío de un soldado que vuelve de la guerra de Troya en una isla
llamada Platres, que en realidad es una aldea montañosa que se encuentra
en Chipre, donde quizá estaba Seféris cuando escribió el poema. En esa
isla el soldado se da cuenta de que Helena, por la que hicieron la
guerra durante 10 años y la tierra y el mar se inundaron de cadáveres,
de sangre y de dolor, nunca estuvo en Troya, fue una ilusión, “una
prenda vacía”. Un estribillo terrible acompaña el poema: “Los ruiseñores
no te dejarán dormir en Platres”. Usted, Sr. Presidente, se parece a
ese soldado.
La diferencia es que usted, semejante a
Agamenón, sabiendo que era una ilusión lo que perseguía, condujo esta
absurda guerra. Sobre usted “pesa el grave dolor” que “ha llovido” sobre
México; pesan miles de “cuerpos lanzados a las fauces del mar”, miles
de “almas trilladas cual espiga en piedras de molino” y “ríos” que
“exudaban entre el lodo la sangre”; pesan miles de viudas, de huérfanos y
de desaparecidos, pesan los miles de desplazados. Si usted, Sr.
Presidente, no toma el camino de la justicia que les debe, si continúa
humillándonos y traicionando su palabra, los muertos y las víctimas no
lo dejaremos dormir en ningún sitio.”
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